La huelga estaba en pleno apogeo: tiros por aquí, tiros por allá; gomas incendiadas, pedreas, gases lacrimógenos, desórdenes, hasta que llegó la noche y el Gobierno impuso el toque de queda.
Nadie se atrevía a salir a la calle, excepto un joven que caminaba muy tranquilo por la avenida Mella, con un ladrillo bajo el brazo. Una patrulla de la Policía lo detuvo, recordándole que había toque de queda.
--¿Y ese ladrillo? --Es un regalo para mi novia, dijo el joven.
--¡Oiga esto, teniente! Este tipo anda con un ladrillo para romper vitrinas y ahora dice que es para su novia.
--¡Explíquese mejor!, ordenó el teniente.
--Comandante, lo que pasa es que mi novia tiene una pierna más corta que otra, y yo le pongo el ladrillo para que no pierda el equilibro.
Cuando la beso de pie, pateo el ladrillo, ella se queda buscándolo y ahí es que yo gozo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario