
No te quejes de tu suerte, ya que eres el único causante de lo que te ocurre. No busques un culpable de lo que te está pasando, ya que eres tú el que ha causado tu propia suerte. Queremos encontrar en otros los defectos que explican nuestras propias faltas e imperfecciones, cuando en verdad fuimos nosotros mismos los que por temor o timidez, por omisión o comisión, y a veces por nuestro orgullo y por nuestra soberbia, que propiciamos nuestro infortunio.
No te quejes por la falta de dinero y por tu pobreza, ya que en el mundo hay mucho dinero y muchas otras personas a quienes les sobra. Mejor debes buscar la forma de producir el dinero que te hace falta, ya sea cambiando de trabajo o aumentando tu productividad. Busca en ti mismo la causa de tu pobreza y trata de cambiar de actitud. Quizá tengas que estudiar para lograr una mejor profesión, o quizá debes cambiar de negocio o de actividad productiva, pero cambia y no te quejes.
No te quejes de tu soledad ya que es probable que tú mismo la hayas provocado.
Examina mejor el trato que has dado a los que te rodean. Piensa y pregúntate si has sido cordial con tus amigos, o si has visitado recientemente a tus seres queridos. Piensa en el tiempo que le has dedicado a tu pareja y a tus hijos. Cuando los demás seres humanos nos rechazan suele ser porque provocamos esa actitud al expresarnos con ira, con palabras hirientes, o con vulgaridades.
No te quejes por el irrespeto que te muestran los demás. Recuerda que la autoridad y el respeto se ganan pero no se otorgan con un nombramiento ni se ganan con un ascenso. Cuando te sientas irrespetado piensa en cómo has irrespetado a los demás. Piensa en las veces que has actuado con altanería y prepotencia. Piensa en las veces que has tomado decisiones sin tomar a los demás en cuenta. Examina la forma en que vistes, el trato que das a los que son tus dependientes, la forma en que les hablas, hasta piensa como los miras si es que acaso lo haces.
Piensa si has cumplido tus promesas con ellos o simplemente piensa si recuerdas bien su nombre, si recuerdas su pareja, o si has estado pendiente de sus necesidades. Cuando hagas todo eso verás que las personas respetan a quienes lo respetan. Pero por favor, no te quejes de la falta de respeto, mejor aprende a ganártelo.
Cuando vuelvas a quejarte de lo bruta que es la gente, piensa con sinceridad a cuantos seres humanos tú has educado. A cuantos les habrás enseñado a escribir y a cuantos les has aconsejado con sincera humildad para que pronuncie mejor las palabras, para que obedezca las señales de tránsito, o para que coloque la basura en los zafacones y no en la vía pública o en los ríos que estamos contaminando.
De qué sirve quejarte si ni siquiera pagas los impuestos que te corresponden para brindarles una educación a los que no pueden pagarla.
Nos quejamos de la corrupción rampante cuando somos los primeros en ofrecerle un soborno al policía que nos atrapa violando una luz roja o peor aún, levantamos el celular para llamar al coronel o general que nos va a sacar de apuros. ¿Qué piensan los que se quejan de la corrupción, qué hacen los ladrones de cuello blanco y los narcotraficantes? ¿Acaso no hacen lo mismo y también de ellos nos quejamos? No te quejes de que tu partido perdió.
Acaso hiciste lo que la gente que votó por ti quería, o quizá te la pasaste en el poder robando o facilitando a los que roban, burlándote de las necesidades de tantas personas pobres.
Pregúntate qué hiciste cuando estabas en el poder y te enteraste de que un colega y amigo de partido usaba su puesto para ayudarse a sí mismo o para enriquecer a sus familiares y amigos. Qué hiciste con los recursos que el estado puso en tus manos para que los administraras o vigilaras. Si no supiste reconocer que esa actitud de borrón y cuenta nueva ya no cala en las mentes de los votantes, y que el abuso de poder mediante la asignación de carros, dietas y salarios ya no es aceptable, pues no te quejes cuando las elecciones determinen que fue el otro partido el que ganó. Cuando el oficial acepte pagos y peajes por ayudar al maleante o traficante, que no se queje cuando la justicia o la sociedad se lo reclame.
No te quejes de tus hijos. Ellos son copia de tus genes y han aprendido de ti a través de tu ejemplo y de tus enseñanzas.
Ellos son seres humanos que llegaron a este mundo aún antes de nacer, con los mismos derechos que tú tienes para buscar la felicidad. Ellos te necesitan, pero tú también los necesitas a ellos, y así como sus malas acciones te avergu¨enzan, así también se avergu¨enzan ellos de tus quejas.
No te quejes de tu gordura puesto que es obvio que tú mismo la has causado por la forma golosa en que comes y por la falta de ejercicios que tu cuerpo tanto necesita. Pregúntate por qué tienes que comer tanto, sin pensar en la cantidad de carbohidratos y grasa que luego se agregan a tu cintura.
Por qué te quejas de la falta de ánimo y energías, cuando lo que quieres es quedarte oyendo música o viendo la televisión hasta pasada la medianoche.
No te quejes de tu presión arterial cuando le quieres echar sal a todo.
No te quejes tampoco de tu hígado y de tu memoria, cuando quieres beber hasta la última gota de cada botella de ron, whisky o cerveza.
En fin, no te quejes de la vida. La vida es lo que queremos hacer de ella.
Nuestras quejas no son más que ruidos y desvíos en un mundo que nos ofrece muchas oportunidades y en el cual tenemos que escoger con sabiduría y discernimiento lo que queremos hacer durante este corto paseo que llamamos vida. Pero por favor, no te quejes.